Pasaron 270 días desde que Colo-Colo quedó como colista hasta que finaliza una fecha como exclusivo puntero, fueron tiempos vertiginosos en que todas las sensaciones han pasado por quienes amamos a este club.
Fueron 270 días, días cargados de amargura, de dolor, de desesperanza. Días en que muchos pensamos en que lo peor estaba por venir y no había nada que hacer para evitarlo, donde parecía que se hiciese lo que se hiciese los triunfos no llegarían.
Fueron 8 meses y 26 días, donde un hombre que se bancó un viaje de horas y horas en auto para llegar a tratar de sacarnos del fondo, donde también llegó un jugador que venía de ser campeón en Uruguay a entregarse por completo para evitar un descenso, donde un chico de 18 años se hizo grande para gambetear y devolvernos las esperanzas.
Dentro de esos 270 días vivimos la agonía de una muerte que no terminó de llegar, que pudimos recargar de oxigeno justo antes que se acabara el aire. Y ese oxigeno lo cargaron miles de colocolinos y colocolinas que se encargaron de entregarle el aire vital a los jugadores.
Y llegaron nuevos hombres a inyectarnos más y más esperanza, sumándose a aquellos que se cargaron de fuerza tras el duro obstáculo pasado.
Se acabó la amargura, se acabó el dolor y la desesperanza, armados de ilusión de lo que está por venir.
Fue Quinteros, su cuerpo técnico, los jugadores que llegaron, los que siguen, la cantera quienes llevaron a Colo-Colo a dar vuelta la tabla en menos de un año. Fue el apoyo incalculable de los hinchas que no dejaron jamás al equipo solo pese al mal momento y las complicaciones puestas por el virus y que hoy pueden volver al Monumental para disfrutar con este equipo.
Fueron 270 días.