Lo de Almirón este 2025 es un curso acelerado de cómo destruir un plantel competitivo en seis meses. Agradecidos por el cierre de 2024, claro, pero este año todo ha sido una seguidilla de improvisaciones, excusas y papelones. No hay idea de juego, no hay once titular, no hay jerarquía. A Méndez lo entierra, a los juveniles los apaga, y a los líderes los desactiva.
¿Vacaciones antes de un clásico? Un insulto. ¿Sin remates al arco ante la UC? Un chiste. ¿El equipo? Largo, desconectado, sin alma. ¿Las conferencias? Puro humo. Cuando se pierde el respeto por la pelota, la historia y la hinchada, no hay paz ni abrazo con Mosa que salve. Esto ya no es un mal momento, es una decadencia institucionalizada con el sello del técnico.
Almirón no solo está perdido: está cómodo en su confusión. Y eso es lo más peligroso. Porque al menos el error con conciencia permite corregir. Aquí no. Aquí se niega la crisis, se retan periodistas y se habla de “arreglar puertas adentro” mientras el equipo se hunde a la vista de todos. Colo Colo no es un laboratorio ni un spa. Es una camiseta que pesa toneladas. Y hoy, le queda grande.
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